Hoy desperté tarde.
Desperté un poco sobresaltado y no te busque como todas las mañanas estirando mi mano suavemente para contactar tu piel tibia, si no que pude ver con mis ojos que ya no estabas.
Casi pronuncie el nombre privado que tengo para ti, que te he venido diciendo desde hace tantos años, pero note que sabia dónde estabas.
Me pare, me puse las pantuflas que me regalaste para mi 28avo cumpleaños (si, si esas que tanto odias que aun siga usando porque ya están todas viejas de tantos años de uso) y fui a buscarte.
Estabas sentada ahí, donde esperaba en ese cuarto que juntos decoramos hace unos cuantos años ya.
Recuerdo que fue lo primero que realmente construimos de nuestra casa, aun antes de mudarnos siquiera, sabíamos que colores tendría, como estarían distribuidos los colores, hasta como olería cuando entráramos por las mañanas… tal como huele en este instante.
No necesitamos nunca estar ahí, para saber que el amor huele de esa manera.
Te miro, y veo que no me has notado entrar, estas cantando suavemente fico assim sem voce, con esa voz maravillosamente hermosa que solo tú tienes, y me quedo tan enamorado mirándote, como desde la primera vez que te vi ponerte esos tacos rojos porque te lo pedí, o peor aun como la primera vez que repare en la pureza de tu mirada y me zambullí para siempre en tus ojos.
Me quedo en la entrada mirándote en la puerta, recordando cómo nos conocimos, todo lo que lloramos juntos y lo mucho que reímos…
Y ahora te veo aquí, igual de hermosa que siempre, con arrugas de sabiduría en la cara, pero ni una sola de vejez, siendo la mujer que siempre soñé, personificando la escena que vi todos los días antes de dormirme durante años…
¡Y pensar que fui tan tonto como para hacerte llorar! Y aunque no me creas aun recuerdo el dolor incandescente de escucharte decir que no te amaba, que te mentí.
Y cuando mis pensamientos y recuerdos se empiezan a encaminar hacia esos momentos que aun duelen en el alma, es cuando volteas con nuestra pequeña hija en brazos ya dormida, a mirarme con desaprobación y decirme: “que haces ahí parado! Vas a llegar tarde al trabajo!”
Y lo único q puedo responderte es:” Buenos días renegona, baja la voz, que vas a despertar a Joaquín también” y te sonrío.
Nuestra pequeña abre sus ojitos y puedo ver con agrado que tiene los tuyos, infinitos y puros como sobre los cuales me enamore.
Es igual a su mama, mi esposa amada… y me doy cuenta que todo lo que viví es para este momento, y me doy cuenta que todo lo que sufrí fue para hacerme el hombre que hoy soy a su lado.
Y me doy cuenta que en ese cuarto esta la razón entera de mi vida… y de mi muerte.
Así que solo sonrió, y te digo:”Te amo, no importa si llego tarde, estoy donde quiero estar en este instante”
Me miras, sonríes, arrullando a nuestra niña, y me dices: “Sigues siendo el mismo idiota de siempre, Oskár”